MI UNCION Y MI LLAMAMIENTO
Profeta Amós, abril 1990
Fui llamado y ungido por el Espíritu Santo hace setenta años (70) para el ministerio
santo de la predicación del evangelio. El mismo evangelio que predicó Jesucristo y sus apóstoles,
y los profetas que fueron antes que ellos. Durante todo ese tiempo, casi toda una vida, he dedicado todos
mis esfuerzos, con todas las fuerzas de mi corazón, a tratar de rescatar a los seres humanos de la maldad, de la delincuencia
y de la injusticia. Miles de almas beneficiadas por ese gran tesoro que es la Voz de Dios y que han obedecido
a ella; hoy bendicen la hora y el momento en que me conocieron. Y así me lo reiteran constantemente
por cartas, personalmente, o por llamadas telefónicas.
Pero
no todo es camino de rosas para el hombre santo que asume la responsabilidad de tratar de convertir al hombre del error de
su camino. El que lleva la palabra del Espíritu Santo va tropezando contra la injusticia, el engaño,
la maldad y contra todo lo que obra y se opone a la justicia de Dios.
Por
eso, como dice San Pedro, “es una piedra de tropiezo y roca de escándalo”, 1 Pedro 2:8. Roca
de escándalo para aquellos que tropiezan en la palabra, siendo desobedientes. Y esos que tropiezan
contra el Espíritu de Dios, porque resisten a la verdad y a la justicia, forman escándalo. El
mismo Dios se les vuelve piedra de tropiezo y roca de escándalo. Y nada más natural que ese
escándalo tenga que sufrirlo con angustia y dolor el hombre santo que va llevando la simiente divina.
Desde la antigüedad estaba escrito en los Salmos que sólo los que sembraron con lágrimas
podrían cosechar con regocijo. Porque tendría que ir andando y llorando el que llevaba la
preciosa simiente, Salmo 126. Jesús dijo: “Ay de vosotros cuando todos los hombres dijeren
bien de vosotros”…San Lucas 6:26.
Por eso, en medio de la angustia
y el dolor que produce el atropello y la injusticia del hombre desquiciado espiritualmente, me regocijo mucho en lo profundo
de mi conciencia y mi corazón al ver cumplirse en mí lo que estaba escrito. Porque habría
de ser bienaventurado el hombre que por causa de Dios fuese vituperado y perseguido y se dijera de él por esa misma
causa, todo mal con mentira y engaño. Y se dice en esa misma escritura, San Mateo 5:12, “Gozaos
y alegraos; porque vuestra merced es grande en los cielos, que así persiguieron a los profetas que fueron antes de
vosotros”.
A los que San Pablo llama héroes de la fe, dice él
que anduvieron de acá para allá; pobres, angustiados y maltratados; cubiertos de pieles de ovejas y de cabras;
perdidos por las cuevas, los montes y los desiertos. Fueron perseguidos y maltratados, y eran tan santos,
justos y puros que el mundo no era digno de ellos: Hebreos 11:32-38. Al mismo San Pablo le llamaron pestilencial…
Los Hechos 24:5.
Nadie puede conocer mejor a un hombre que él mismo.
Porque sólo él en su espíritu sabe lo que siente y lo que piensa. Lo que desea
hacer. Así decía San Pablo, que nadie conocía las cosas del hombre sino su propio
espíritu que estaba en él.
Y a mí, Amós,
nadie me conoce mejor que yo mismo. Yo sí sé quién soy. Y sé
cómo he sentido y obrado y he pensado desde que era niño, desde que tenía uso de razón, y cómo
Dios se me ha revelado. ¡Cómo he sentido la fuerza y el poder de ese Santo Espíritu
dentro de mí!. Y cómo he clamado y he orado y he resistido y he batallado librando esta gran
batalla de la fe. Peleando contra el pecado, combatiendo contra la injusticia. Soportando
y resistiendo el escarnio y el vituperio del hombre prejuiciado e ignorante que no teme decir mal ni aún hasta de la
potestad superior; debido a su propia turbación y confusión en que vive a causa de ignorar las cosas espirituales.
¡Cuantas poderosas revelaciones Dios me dio desde niño
marcando ya desde esos tempranos años de mi infancia el rumbo de mi vida!. Porque el
hombre fue creado para ser templo, casa, habitación de Dios, del Espíritu Santo. Y eso, y
únicamente eso, deseé ser desde que Dios se me empezó a revelar por su santa palabra y por su Espíritu.
No tuve otras aspiraciones, ni políticas, ni materiales. Entendí desde jovencito que
esa era la soberana vocación: Consagrar a Dios el cuerpo, el ser, todo lo que es la entidad humana; para que el Altísimo,
hiciera de mí su templo, su habitación, su morada. Encontré bien linda y a la vez
muy sabia la petición de Eliseo a Elías; quería una doble porción de su espíritu.
Y le fue concedida esa petición.
¿Y por qué a mi, pensaba
yo desde niño, no se me iba a conceder esa misma petición? Si eso era lo que yo quería
y deseaba como única vocación en la Tierra Sintiendo yo, que el que Dios tiene, lo tiene
todo. Y por eso dediqué, entregué y consagré toda mi vida a ese Ser Supremo,
a ese Dios vivo, a esa fuerza creadora. Para que él me asimile en su Santo Espíritu, y me
haga uno con él, como ya lo ha hecho. Porque el que se junta con el Señor, dijo San Pablo,
un espíritu es; 1 Corintios 6:17. Y él mismo decía: “Y vivo no ya yo, más
vive Cristo en mí”…Gálatas 2:20.
Porque
yo no quería seguir el rumbo del pecado. Yo quería ser para Dios, y que Dios fuera para mí.
Pues leí en Las Santas Escrituras que el que es nacido de Dios no peca;
1 San
Juan 3:9; porque la simiente de Dios esté en él y si Dios está en él se guarda asimismo y el maligno
no le toca; 1 Juan 5:18. Por eso, y en cumplimiento a ese anhelo y deseo de mi alma, Dios viene usándome
por su Espíritu poderosamente en múltiples formas y maneras. Tengo cartas en mi poder de
personas aún de otros países; que al orarle a la distancia por teléfono, han desaparecido tumores cancerosos,
apareciendo luego sólo la cicatriz en el lugar del tumor. Y no sólo en aspectos de la vida
humana, este mismo Dios que en mí habita, viene usándome poderosamente en beneficio de muchas familias en la
Tierra. Y es que si negáramos la veracidad y eficacia de estas cosas santas espirituales, estaríamos
queriendo hacer a Dios mentiroso.
Es tan sencillo como decir con Salomón:
“Quita las escorias de la plata y saldrá vaso al fundidor”…Proverbios 25:4. Lo
que el hombre desee de Dios y lo busque con toda su alma, de corazón, eso recibe y eso alcanza.
Tengo muchos testigos, que pueden testificar de mi vida y de mis obras. El que no me conoce,
nada puede hablar de mí, sino sólo decir:…”Oí decir de él”… Es muy injusto
comentar contra alguien sin conocerle. Y conocer es: haber seguido el curso de mi vida,
conocer mis frutos, mis obras.
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